Cuando la vida te da un revés, parte de su trascendencia depende de los apoyos con los que cuentas para superarlo. Así, si uno está acompañado ante la nueva situación que se le plantea, resulta –o al menos eso parece- más fácil enfrentarse a ello e incluso alcanzar el éxito en el empeño. La soledad, por el contrario, es una más de las piedras que se pueden arrastrar en momentos de adversidad.
El cáncer abre un cráter en la vida de cualquier persona, por favorable que pueda resultar su pronóstico. Ese agujero negro invadió una buena mañana de enero de 2008 el día a día de mi familia, teniéndome a mí como protagonista.
A lo largo de 23 meses mi marido, mi hija y yo hemos debido superar diversas situaciones que nos han venido planteadas por la enfermedad, alterando con ello nuestra vida cotidiana y la de nuestras familias. Pero esa alteración ha llegado más lejos, a nuestro entorno más cercano en todos los ámbitos, incluido el del trabajo.
A través de estas líneas queremos expresar, en primer lugar, que hemos sido conscientes de que detrás de cada operación, de cada eventualidad, de cada ciclo de quimioterapia, de cada sesión de radioterapia, de terapia biológica, de cada consulta de oncología, se encontraba una persona haciendo el esfuerzo que nosotros hemos dejado de hacer en el trabajo, el vecindario y en nuestra familia para tratar de vencer la enfermedad que se me diagnosticó. Un compañero tratando de lograr los objetivos señalados por un jefe que, en más de una ocasión, se ha visto atropellado por el anuncio de una nueva ausencia o de la prolongación de ésta. Un amigo o familiar desempeñando en casa la labor que nos resultaba imposible por falta de tiempo, de fuerza o, simplemente, de ánimo. Un hermano, hermana, padre o madre corriendo hacia la guardería para recoger a la pequeña de la casa. Un vecino de casa o de corazón trayendo una tortilla de patatas, un plato de higos, una docena de huevos caseros que ayudaran a recuperar la fuerza maltrecha por los tratamientos.
Hoy que parece que la enfermedad nos ha dado una tregua y la vida una prórroga, al menos de momento, no podemos tratar de retomar nuestra ‘normalidad’ sin mirar a nuestro alrededor y dar las gracias. Una y otra vez.
Gracias al gran equipo humano que acude cada día a ofrecer lo mejor de sí a los usuarios del Hospital Universitario Virgen de la Arrixaca, que han convertido en trabajo esto de salvar vidas, mejorarlas o simplemente hacer más llevadero el tránsito, llegando cada vez más allá en su entrega y cualificación.
Gracias a nuestros jefes, en el Ayuntamiento y la Base Aérea de Alcantarilla, que se pusieron a nuestro lado y nos ofrecieron todo el apoyo necesario. Gracias a nuestros compañeros de trabajo, que se expresaron directamente desde el corazón dándonos su cariño y reforzando nuestras ausencias con esfuerzo y comprensión, pero sacrificando su tiempo. Gracias a nuestros vecinos y amigos, incluso a los recién llegados, porque intentaron aliviar lo más penoso de este trance como pudieron y lo lograron.
Gracias también a la junta local de la Asociación Española Contra el Cáncer, que tanto bien hace a diario entre las personas afectadas por esta enfermedad, amortiguando su impacto, consolando la pena y ampliando la información de los afectados y sus familias.
Y, muy especialmente, gracias a nuestras familias, que se cogieron de nuestras manos y se adentraron en el oscuro túnel que atravesamos y a cuyo final llegamos ahora para retomar esta vida llena de adversidades pero con un gran valor añadido; el sentimiento de solidaridad de las personas.
Gracias a todos, hoy podemos decir que no hemos estado solos, que nos hemos sentido acompañados y arropados en todo momento, que han sido muchos nuestros compañeros y que el cariño de los alcantarilleros ha contribuido en buena medida al éxito de los tratamientos.
Muchas gracias, de corazón.
José Francisco Costa García
María Isabel Franco Sánchez
María Isabel Costa Franco