Fue el 30 de enero de este año. Y si, es cierto, tal y como señala la prota de Sexo en Nueva York nada más empezar su aventura en el cine “La vida siempre te sorprende”, grata e ingratamente.
Nosotros aquel día no sabíamos cómo actuar, ni mi marido ni yo dábamos con las palabras adecuadas, ni la postura correcta, era tanto lo que nos jugábamos…
Siempre he admirado a esas personas que parecen saber lo que tienen que hacer en todo momento, y he lamentado no ser capaz de huir de la mediocridad para rozar el paraíso junto a ellas. Era un sueño.
Tras una larga espera en la salita de la Unidad de Mama, nos dispusimos a pasar a la consulta del Dr. Revert (ya sé cómo se llama):
– Efectivamente, tal y como nos temíamos, las pruebas han confirmado que se trata de algo maligno. – Silencio, se notaba que existe una especie de protocolo o ritual que se adopta ante estas situaciones. Vuelvo a alegrarme de la profesionalidad.
El primero en hablar es Jose, yo tengo un nudo en la garganta:
– ¿Y esto qué significa? ¿Es grave? ¿Existen varios tipos?
A partir de ese momento se inicia una conversación a 3 bandas -el doctor, mi marido y yo- en la que se nos ofrece todo tipo de información sobre estos tumores, su incidencia, las causas que han podido dar lugar a ello, los tipos de intervenciones, etc. Me gusta hablar con este doctor menudo y espabilado que destila carácter hasta por las gafas que no lleva. Para concluir, nos introduce en el futuro:
-Todos los viernes se desarrolla el comité, es una reunión de todos los especialistas que ejercen en estos temas donde se exponen los nuevos casos que surgen y se adoptan las decisiones sobre el tipo de intervención que se va a realizar. Esta semana yo expondré tu caso, pero mientras vas a comenzar a hacerte el preoperatorio para que lo tengamos todo preparado.
Junto a él, un sol vestida de enfermera nos dirige palabras dulces, tiernas, de consuelo, y nos orienta para pedir cita para las pruebas; radiografía de tórax, análisis de sangre y electrocardiograma.
Me marean, siento vértigo, esto es como una montaña rusa bestial que casi me deja sin sentido.
Ya está, ha ocurrido, mi vida ha dado un vuelco.
Sólo un pensamiento me ocupa la cabeza: ¡Dios mio! ¿Qué he hecho? Mi hija.
Nos fuimos al Quitapesares, para nosotros es un lugar especial, escenario de tantos encuentros cuando comenzamos a salir hace ya más de 17 años. Por las mañanas, durante la semana, no hay casi gente. Te permite tomar la distancia necesaria para decidir sin ajetreo. Aunque yo sólo lloraba. Eso sí, con serenidad.
Siempre he pensado que mi salud era de hierro, me he sentido afortunada por ello e incluso me he mostrado altanera. Yo pensaba que tenía la suerte de no padecer enfermedades graves (soy hipertensa por culpa del maldito estres, pero nada más). Me imaginaba a mí misma cuidando de mi marido, de mi madre, de mis hermanos, pero nunca imaginé que sería todo lo contrario, que en el mejor momento de mi vida serían los míos los que se harían cargo de mí porque un cáncer ha decidido arrebatarme el protagonismo de estos días y producirles a ellos un sufrimiento injusto.
– ¿Qué piensas? – le pregunté a Jose.
– Yo no me esperaba esto tampoco. Sabía que era posible, pero tu siempre has tenido suerte ante las situaciones más difíciles y creí que iba a ocurrir lo mismo. Esperaba que al final todo quedara en un susto – Estaba muy emocionado.
Acordamos que, por la tarde y cada uno por su lado, le comunicaríamos a nuestras familias la situación en que nos encontrábamos. Al día siguiente, yo haría lo mismo en el trabajo, tras pasar por la consulta de mi médico de familia y recibir sus instrucciones. Una vez más, el entorno del Santuario de la Fuensanta nos animaba ante una difícil situación. Entré, mandé un beso a la Virgen junto con una plegaria y salí hacia el coche. Parece que, cuando sabes lo que tienes que hacer, los pies te guían.