Finalmente la operación fue el 21 de febrero. Mi habitación estaba en Maternidad, en la 4ª planta, la compartí durante dos días con una señora de Cieza y su más que cordial nieto. El más duro, el primer día, los nervios de la noche anterior a la operación me dominaban a mí, en vez de yo a ellos. Vino un enfermera muy amigable a hacerme el preoperatorio (medirme la tensión, la temperatura y extraerme sangre). Se llama Paqui, lo leí en su bata, ella reparó en el portátil que me había llevado para entreterme:
– Lleva cuidado con él, por aquí pasa mucha gente cada día, es difícil controlar los bienes valiosos – me aconsejó – Es muy bonito, yo me quiero comprar uno, pero no sé por cual decidirme.
– Si te interesa mi opinión, busca uno pequeño y bueno, que te ofrezca garantías aunque cueste un poco más caro, y procura que te guste. Los mamotretos grandes y pesados que nos intentan vender los fabricantes son, a mi juicio, poco adecuados para una mujer. Yo apuesto por algo bonito, ligero y de calidad. Por eso me compré este MacBook – Le solté una parrafada, no lo puedo evitar, ciertas cuestiones como la informática me apasionan.
– Tengo que una amiga que entiende un poco, ella me va a ayudar, pero voy a tener en cuenta lo que me has dicho – Se mostró receptiva, y se marchó con parte de mi sangre encerrada en un tubo.
El día antes de la intervención no quise que nadie se quedara a pasar la noche conmigo, me sentía bien e intuí que quien quiera que fuera el que se quedara, sólo podía contagiarme sus nervios. Menos mal que durante los días anteriores, y siguiendo el consejo de Jose, me encontré con la ópera y descubrí el bálsamo que puede llegar a ser para el alma.
Si, ya lo sé, parece lo más cursi que he escrito hasta ahora (prometo superarme), pero es verdad. Me coloqué el ipod, me propuse relajarme y lo conseguí. A las 7 de la mañana, con los primeros rayos de sol anunciando el día a través de la ventana, me levanté y me duché. Estaba fresca, había descansado y me sentía tranquila. La ópera volvió a hacer su efecto.
Poco después de terminar con los preparativos, serían las 8, vino un celador a recogerme.
– ¿Isabel Franco? – preguntó.
– Soy yo – Contesté dispuesta.
– Nos vamos al quirófano – me anunció.
– Lo sé, le esperaba – Yo siempre muy enterada.
Bajamos en el ascensor, yo acostada, mientras me introducía a lo que me esperaba durante los próximos minutos:
– Su anestesista es el doctor Garrote, pero no tema por el nombre, porque es uno de los mejores profesionales.
– Vaya, con esa recomendación, prometo no ponerme muy nerviosa. Llegamos pronto a un box donde vino a saludarme el doctor Rodríguez, responsable de mi intervención junto con la doctora Sánchez:
– Buenos días, ¿estás nerviosa? – me preguntó.
– La verdad es que en estos momentos, no, confío plenamente en su profesionalidad y no me produce inquietud. – Si, soy una aduladora, una pelota, vamos. Pero en estas circunstancias a ver quién es el listo que dice otra cosa. Además, lo sentía así. Hacía semanas que había optado por confiar en los profesionales, son mi esperanza.
– Muy bien, pues nos vemos en unos minutos – respondió alagado, y se marchó.
Después vino una enfermera a ponerme la vía, volvió a interesarse por mi estado de nervios, y se mostró satisfecha por el hecho de que estuviera tranquila. Lo cierto es que me había costado mucho llegar a esa situación, pero lo había logrado.
El siguiente fue el doctor Garrote, el anunciado anestesista
– Buenos días, soy el doctor Garrote, yo voy a ser el anestesista durante su intervención – me saludó.
– Buenos días, doctor, ya me habían avisado de ello y me han dicho que es usted un buen profesional, así que yo encantada de que sea usted el anestesista en esta ocasión – le dije, una vez más, tratando de halagarle descaradamente.
– Pues nos vamos hacia el quirófano – dijo mientras empujaba mi cama hacia el otro lado del pasillo. Después me pidió que me desnudara y me pasara a otra camilla. Desde ésta, me traslado al interior del quirófano y me volvieron a pedir que me tumbara en la mesa de operaciones. Yo le iba contando mientras que sentía curiosidad por ver uno de los quirófanos de la Arrixaca, porque mi trabajo me había llevado a ver otros de diversos hospitales murcianos, pero nunca había estado en estos.
– ¿Este es el quirófano? ¿Así son los quirófanos aquí? – Pregunté incrédula, parecía un almacén con las paredes pintadas de verde y desconchadas. Nada que ver con la mezcla de naves espaciales y peceras que aparecen en las series de la televisión.
– Si ¿qué esperabas? Estamos esperando a estrenar los nuevos, cuando acaben las obras del nuevo edificio – Parecían un poco contrariados. Una vez más, metí la pata, tanto adular a la gente para luego criticar su lugar de trabajo. Si es que no aprendo.
– Pues esto parece un almacén, hay que ver que daño os ha hecho la tele – bromeé.
– Bueno, cuenta hasta nueve – Me pidieron mientras me colocaban una mascarilla cerca de la nariz.
– Uno, dos, tres, cuatro… – Las piernas habían comenzado a temblarme un poco antes, ahora sí tenía miedo a lo que se avecinaba. Mi brazo izquierdo reposaba apartado perpendicularmente de mi cuerpo, abriendo el paso al bisturí que habría de recorrer la zona en unos instantes. No recuerdo nada más.
– Isabel despierta – era una voz conocida, el doctor Garrote una vez más, parecía que habían pasado unos segundos, pero estaba empujando mi cama hacia otra sala amplia, con poca luz y muchas enfermeras moviéndose de un lado para otro.
– Hola, ¿ya ha pasado todo? – pregunté, estaba extasiada, había estado soñando con una fiesta en la orilla de la playa, con mis amigos de los 15, 16, 17 años, alrededor de una hoguera, con cerveza, risas y los típicos pulpos humanos de siempre. Ahora abría los ojos y me sentía agradecida con la vida, con la anestesia y con el doctor Garrote, por haberme dado la oportunidad de revivir una de las mejores épocas de mi vida.
– Muchas gracias por todo, doctor – Bueno, ya lo sabes, soy así.
A mi alrededor, llegaban continuamente camas con mujeres y niños, acababan de practicarles la cesárea, y yo, con los restos de la droga aún haciendo efecto en mi cerebro y en mi corazón, iba felicitando a una y a otra. Tener a un bebé en sus brazos era lo más bonito que la vida les podía deparar, a mi juicio.
Tardaron un poco en llevarme ante mi familia, camino de la habitación. Estaban esperando junto al ascensor, todos.
– ¡Pero que cara tiene! Si está tranquila y radiante, parece que viniera de recibir un masaje, en vez de una operación – dijo Isabel, la mujer de mi hermano.
– Maribel, que guapa estás, que serenidad se te ve – Esta era mi hermana, que inventaría las palabras para halagarme si fuera necesario.
Todos se mostraron sorprendidos, contentos y relajados ahora que ya había pasado todo. Para ellos. Porque en realidad sólo estaba comenzando. Muchas visitas de familiares, amigos y compañeros, llamadas y muchos más mensajes de ánimo al móvil llenaron los 3 días de hospitalización. Por si lo olvido más adelante, gracias a todos los que se acordaron de mí, y siguen haciéndolo, en este duro trance.
Rodeada de cariño, 3 ramos de flores, 3 cajas de bombones, una bandeja de dulces, un tocino de cielo y una barra de pan rellena de tortilla de patatas como sólo mi hermana y mi marido saben prepararlas, se me pasaron los 3 días rápido.