Me siento mejor que hace 3 semanas. Más fuerte, aunque eso no significa que la debilidad, la anemía o el zumbido de oídos que ambas cosas me producen, hayan desaparecido. Y creo que sé porqué.
En cada ciclo de quimioterapia pruebo a adoptar medidas nuevas con la intención de mejorar un poco mi situación aprovechando la experiencia que voy adquiriendo. Ni que decir tiene que, sea lo que sea lo que hiciera en el ciclo anterior, está demostrado que no siempre funciona. Pero esta vez si lo ha hecho. Y es que he optado por introducir más fruta en mi dieta, no es que no la tomara, sobre todo en el desayuno. Pero no zumos, ni mermeladas, piezas de fruta completas como melocotones o plátanos, tajadas de melón o sandía y otras que pienso seguir incorporando en el siguiente ciclo.
Antes, cuando llegaba el día de las diarreas, aproximadamente a los 6 ó 7 días de la inyección del cóctel, suprimía la fruta pensando que la fibra que contiene me perjudicaría. Y no es así, su capacidad de hidratación y la facilidad de su digestión juegan más a su favor, y al mío esta vez.
Por otra parte, y pese a que me dijeron que “lo que comes no tiene nada que ver con la anemia que tienes”, yo he optado por intentar superarla. No tenía nada mejor que hacer. Así que me he puesto las botas comiendo moluscos y jamón. No es que lo haya podido disfrutar, ni mi paladar ni mi estómago estaban por la labor, pero me los he comido como si fuera todo lo contrario, por kilos. Y yo creo que ha funcionado.
Otra decisión que he tomado durante estos días ha sido suprimir mis invasiones nocturnas a la despensa. Las realizaba durante la madrugada en primer lugar porque no tenía sueño, además creía que me vendría bien un aporte de alimento añadido, pero me equivocaba, haciendo sufrir a mi aparato digestivo una vez más. Durante este ciclo he pasado un poquito de hambre durante la madrugada, pero he optado por dejar descansar a mis pobres tripas, que lo llevan fatal, la verdad. Y ellas, como no podía ser de otra manera por que son mías, me lo han agradecido.
Eso sí, esta vez la espalda ha cantado por bulerías. Me ha dolido más la columna, llevándome a recurrir en varias ocasiones al gran invento que han supuesto los calmantes para el ser humano. Estaba avisada “los glóbulos blancos que te inyectamos para que no bajen demasiado las defensas se abren camino hacia la médula por la columna vertebral, y eso es doloroso”. Pues muy bien, ya estoy buscando las direcciones electrónicas de los fabricantes de calmantes por si me puedo convertir en accionista, igual me dejan.
Pero eso no significa que me haya pasado los días zumbada, no es así. De hecho, tengo una amiga que insiste mucho en que no deje de recurrir a la marihuana para aliviar los peores momentos. Y dos más que me han dispuesto los medios para llegar a ella, si así lo consideraba. Pero no he querido. Primero por que me da angustia nada más pensar en volver a pegar una calada a nada, sea cigarro o porro, después de casi 11 años sin fumar. Segundo, por que me resisto a que nada tome el control por mí durante este trance. Me ha tocado vivirlo y debo mantener las riendas bien sujetas, sólo las soltaré si definitivamente no puedo seguir.
Cosa que ocurrirá cuando se inaugure un Pizza Hut en la Antártida. O sea, nunca. Espero.
El caso es que ya ha pasado lo peor del 5º ciclo, quedan las llagas en la boca, la sequedad de las mucosas y otros pequeños inconvenientes que se solucionarán durante los próximos días.
Mañana vuelven a inyectarme la EPO, que seguirá introduciéndose en mi cuerpo en días alternos hasta el 5 de agosto, béndita fecha en que me inyectarán el 6º ciclo. Espero que eso me ayude a despegar del todo, para poder disfrutar un poco con mi familia. Mi guapísimo marido, al menos para mí, y mi maravillosa hija, que es la mejor de todas.