Me encuentro en medio de esos 5 minutos diarios en que me observa una máquina silenciosa y amenazante, ya me ha tostado el lado derecho y está haciendo lo propio con el izquierdo. De repente, oigo como un choque de cojinetes, algo que no va bien, y todo se para. En ese momento pienso que, si algo ha fallado, ya es tarde para echar a correr. Por otra parte, si me muevo, me va a costar seguir allí otro buen rato. Descartado.
Son instantes, apenas unos segundos en que no oigo nada, y me pregunto qué estará pasando. De repente, unas voces, “no debe usted pasar hasta que le avisemos, se ha parado la máquina para evitar que reciba radiación, quédese esperando en la silla”. Ya entiendo, por lo visto, alguien con más ganas que yo de curarse se ha colado en mi sesión de radioterapia ¡Pues vaya!
No ha pasado nada, todo lo contrario, la seguridad ha funcionado. Pero es en estas situaciones cuando surge la duda y, mientras la tostadora me acaba de dar el repaso diario (ahora me mira de frente), yo me pregunto ¿qué habría pasado si se avería la máquinaza esta y me echa encima todo el tueste del mes?
Así pensando pasan los minutos, hasta que todo acaba y suenan las palabras de siempre “puede bajar el brazo”. Mientras espero a que me ayuden a apearme de esta atracción de feria, les pregunto qué ha ocurrido, me confirman que había un intruso descuidado más que malicioso, y se lo planteo:
– La próxima vez, avisadme por megafonía si me tengo que tirar de la camilla. A mi, visto lo visto, con un ‘Cuerpo a tierra’ me basta, como estoy casada con un militar, lo entiendo y me tiro. (Risas)
– Tranquila, Isabel (siempre me llaman por mi nombre, eso me gusta), que no es necesario.
– Entonces, si algo no va bien y la máquina esta se vuelve loca ¿qué hago? Porque vosotros…
– Si eso ocurre lo sabrá porque vendremos corriendo a sacarla de aquí.
Si señor, mientras yo daba por supuesto que, en caso de emergencia, ellos cederían a su instinto de supervivencia y echarían a correr, a ellos les ha salido la vocación y me sacan de error, primero vendrían a recogerme. No sé si acabar de creerlo, pero me hace sentir más cómoda allí.
¡10 sesiones!
Ya han pasado 2 semanas desde que comenzó el tratamiento. Ayer tuve visita con el cirujano; “no va a ser difícil reconstruir esto, aunque hemos de dejar pasar un año para que desaparezcan los efectos más visibles de la radioterapia, antes de operar” (Aclaración; ‘esto’ es mi pecho. No hay declaraciones.)
También tuve la primera cita con el médico de radioterapia, desde que comenzara el tratamiento; “si nota algo nos lo comenta en la siguiente consulta, que será dentro de 6 sesiones, o si es urgente nos lo dice al día siguiente, cuando venga”.
He comenzado a caminar, y ha sido un fracaso, el segundo día pensé que podría hacer lo de siempre (una horica) y pasé una noche de perros, por no comentar que volvieron las llagas a mi boca. He pedido nadar, el esfuerzo físico es menor, la respuesta ha sido tajante “mejor esperar a que finalice el tratamiento”. Me he vuelto una especialista en cerrarme puertas con los médicos.
Ya no llevo pañuelo, me resulta incómodo porque me baila en la cabeza, sobre el pelo que comienza a crecer. Así que luzco lo que espero algún día vuelva a ser mi incipiente cabellera, corta pero llena de buenas intenciones. Pensé que, al quitármelo, la gente me miraría como un bicho raro, me equivoqué. Me siguen mirando igual que cuando llevaba el pañuelo, como a una enferma de cáncer. Se aceptan sugerencias para camuflarme entre la multitud. Vaya, me ha salido otra vez el vocabulario militar.
Ahora comienzo a acusar la falta de fuerzas, y algún que otro dolor, pero ya llevo casi un tercio del tratamiento, y eso es lo que importa, seguir descontando.