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Isabel Franco

Yo también tengo cáncer

Movimiento ¿involuntario?

Hace algo más de un mes que escucho a diario las palabras “Muy quieta”. Son las que pronuncian los técnicos de radioterapia cuando han logrado dar con la postura correcta para mi cuerpo, y se disponen a ‘tostarme’.

En ese preciso instante noto como me bullen los músculos, hasta el último centímetro de mi cuerpo siente de repente la necesidad de moverse, y saltar, y gritar, darle una palmada a la tostadora y salir corriendo. Es como si tuviera pica-pica en las extremidades.

A veces cierro los ojos, otras respiro hondo, trato de pensar en otra cosa, sé que ellos creen que me duermo, pero se equivocan. Ni por un sólo momento me ha dejado de resultar desagradable esta fase de los tratamientos. Y no porque el trato haya sido malo, no es el caso. Es sólo que empiezo a estar cansada.

Y lo digo ahora, cuando sólo me queda una sesión de radioterapia y unas 14 de terapia biológica, más no sé cuántas de hormonoterapia que habrán de venir después, que para eso me adelantaron que yo me llevaría “un completo”, por mi edad y por las facciones de mi cáncer, que también tiene su dni.

El jueves mi cuerpo me avisó, es como cuando en mi trabajo o en mi vida he tenido que afrontar un reto importante o una situación trascendental. Lo hago, pero luego me vengo abajo, derrumbada por la tensión nerviosa soportada. Pues eso me comenzó a pasar el jueves. Por la noche, poco antes de cenar, mi estómago me djio “¡Basta!”.

Al principio pensé que se trataba de un aviso por los nervios del día, la ilusión por disfrutar de mi cumpleaños fue un poco obligada, para qué engañarnos, sobre todo porque apenas tenía fuerzas. Luego, ya acostada junto a mi cura milagrosa (mi hija), meditar me llevó a deducir que lo que pasaba era que estaba a punto de finalizar la fase más intensa de los tratamientos, y mi cuerpo iba a hacer lo acostumbrado: “Hasta aquí he llegado, he cumplido como necesitabas, ahora yo necesito apagarme, desconectarme y reiniciarme”.

No le culpo. Se ha mantenido entero pese a las amenazas de la Inteligencia Militar, que le hicieron llegar los peores vaticinios sobre su futuro. Después soportó el ataque de la Infantería, que armada con bisturís le abrió dos brechas. Más adelante aguantó el acoso de la Caballería, que quemó a su paso todo lo bueno y lo malo. Y, por último, ha encajado los ataques de la Aviación, con sus rayos mortíferos desde lo alto…

Y todo ello para tratar de vencer a un cáncer con iniciativas que pueden producir cáncer. Porque esto es así de paradójico. Lees que el cáncer se reproduce más frecuentemente en la cicatriz de la operación para extirpar el cáncer, por eso la radiación. Luego lees que la quimioterapia puede derivar, con los años, en la aparición de otros tipos de cáncer. Después vuelves a leer que la radioterapia puede producir cáncer…

Miren ustedes, que yo sólo estoy luchando por mi vida. Pero ¿cómo?

Se trata de elegir

Y la palabra vuelve a formar parte de uno de mis artículos. Elegir es importante, es lo más importante de todo, por eso está tan directamente relacionado con la libertad.

Esta noche he visto ‘Elegir un amor’. Cuando estás embarazada todo lo que ves son mujeres embarazadas, carritos de bebé y otras estampas entrañables. Pues bien, cuando tienes cáncer, todo lo relacionado con el cáncer te pasa ante los ojos.

Al igual que me encontré en la tele con ‘Noviembre dulce’ al principio de mi diagnóstico, hoy ha sido esta peli-empalagosa de la Roberts. Y digo empalagosa porque sólo habla del amor, en lo que se refiere al cáncer se queda a medio. Pero si afronta una cuestión importante; la importancia de poder elegir.

Durante unos minutos plantea la posibilidad de que un enfermo de cáncer deje a medias un tratamiento, algo que también recoge ‘Noviembre dulce’ con bastante más dignidad. Y en ese momento he recordado lo que María Antonia decía no hace mucho sobre la conveniencia o no de dar toda la información al enfermo .

Bueno, yo ya me pronuncié sobre lo que las afectadas sobre cáncer que escribimos blogs hemos comprobado en las consultas de oncología, que efectivamente hay personas que no saben lo que tienen. Me reitero ahora, ocultar esa información forma parte, a mi juicio, de un paternalismo absurdo que limita la libertad del enfermo para tomar decisiones sobre su propia vida. Y pido disculpas si alguien se siente ofendido, a la vez que trato de comprender la situación de los familiares ante tamaña responsabilidad. Pero no la comparto.

Y es que me parece que necesitamos tener información para poder elegir. Para decidir cómo vamos a afrontar lo que nos ocurre. Incluso para elegir no luchar, no enfrentarnos al cáncer, no padecer los tratamientos. Que no pueda comprenderlo no significa que sea incapaz de respetarlo.

Esto es algo que me enseñó la quimioterapia. Antes ofrecía mi ayuda a todo el que yo consideraba que la necesitaba. Era una necia, no esperaba a que me la ofrecieran, ni daba a nadie la opción de elegir si la querían. Pensaba que por el hecho de ser buena no podrían rechazarla. Me equivocaba. Debí dejar elegir a los demás, al que quisiera beneficiarse de ella y al que optara por vivir según sus propias e individuales limitaciones. Lo importante, ahora lo sé, es mi disposición a ayudar a los demás.

Así que debo muchas disculpas.

Experiencias vividas en torno al cáncer por una periodista murciana que ha sobrevivido a la experiencia

Sobre el autor

Periodismo. Social Media. Formación. Aprendiz eterna. Sobreviviente del cáncer. Una entre tantos. Ni más, ni menos.


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