Si, así es. Tengo dos grandes remolinos en la cabeza que, como dos permanentes tornados, dibujan la trayectoria que debe seguir mi pelo sobre el cuero cabelludo. Desde hace unos días, las dos trayectorias se encuentran, sumando a mi escueta melena opiniones encontradas. Toda una contradicción, vamos.
Lo que significa que no tengo el mejor de los aspectos, pese a que todo el que me ve -porque comienzan a verme- me dice “que buen aspecto tienes”. Y no lo entiendo, la verdad, no sé a qué se debe, porque si es al peinado…
Llevo unos días muy floja, siento los brazos como dos hilachas que me cuelgan de unos hombros que apenas pueden sujetarlas. Por eso no he tenido oportunidad de contestar a tantos comentarios como recibo. Pido disculpas a todos. No os ignoro, más bien al contrario, sois mis ángeles de la guarda.
Me duele, y digo que me duele porque es de verdad, leer entre mis comentarios que otras personas están pasando o han pasado por lo mismo que yo y que otros seres queridos para mí; mi suegra y una de mis tías maternas. Es como si una piedra lograra alcanzar mi corazón, tras atravesar mi piel, mis costillas y mi pulmón. ¡Pum! Pega fuerte, se dobla como un bote de refresco vacío, y se queda ahí, encogido, pensando otra vez ¿Porqué a esta persona? ¿Porqué ahora? ¡Que mala suerte!
Y es que es cuestión de suerte, no he parado de oirlo en estos meses, y estoy convencida de ello. ¿Factores de riesgo? No creo en ellos, no cumplo más que el de la maternidad después de los 35, el que menos real me parece de todos. Y lo entiendo. Eso de los factores de riesgo es la ‘respuesta-consuelo’ que se han inventado los médicos para atender nuestras insistentes preguntas: ¿cómo evitarlo? ¿porqué aparece? ¿como prevenir las recaídas? y otras muchas más.
Lo siento, sé que parecerá difícil de comprender, pero no les juzgo. Son lo más cercano a un verdugo que he conocido, y que me perdonen por la comparación. Los oncólogos miran a diario a la muerte en los ojos de sus pacientes. Una profesión digna de reconocimiento. Si yo la ejerciera estaría muy, pero que muy triste.
Valoración sicológica
La mía es fuerte, mi oncóloga quiero decir. Ella decidió el lunes, el mismo día que acabé con la radioterapia, que debo pasar a valoración sicológica. Y todo porque se me ocurrió preguntarle cuando podré volver a trabajar y le dije, textualmente, “estoy loca por recuperar la normalidad”. Debió sonarle a confesión.
“Esto lo he visto muchas veces, el que no se viene abajo al princio, lo hace al final” y volvió a mirarme con esa expresión de “quisiera pedirte disculpas por lo que estás pasando, pero no lo hago porque no soy responsable de ello”.
Según me explicó, mis ganas de volver a la rutina demuestran que no he aceptado lo que me ocurre, y que “todo tiene un proceso y necesita un tiempo”. Yo creo que el proceso no me es ajeno, con todos los respetos, y que el tiempo ya lo estoy pagando. Aún así, soy muy respetuosa, “no me importa que trabajen los profesionales”, le digo, mientras pienso ¡joder, si me vengo abajo ahora, digo yo que algún lujo podré permitirme!
Lo cierto es que me encuentro bien, tengo la mente despejada (más que en los últimos 10 años) y no me considero pasto de sicóloga, que por otra parte no debe tener muchas ganas de verme, la cita se retrasa. Cuando me siente ante ella, una cosa sí voy a hacer, volcarme. De lleno. Así, al menos, tendré la certeza de que alguna utilidad tiene todo esto.
Las quemaduras de la piel van bien, son pocas, y me alegro de haber hecho caso, aunque tarde, a las recomendaciones de mis predecesoras lectoras. Gracias, guapas.
La vida sigue, y con ella el miedo a perderla continúa acompañándome. Ahora tengo la sensación de que comienzo a percibir la verdadera dimensión del sufrimiento de mi marido. Y lo siento, yo no hubiera querido nunca que estar conmigo pudiera traducirse en dolor. En este dolor.
Mientras, la educación de mi pequeña, que crece sin parar, me entretiene bastante. Y vuelve a doler. Esta vez el hecho de ponerme firme ante determinadas situaciones ¡es tan pequeña! Pero lo peor es la duda, la incertidumbre, eso es lo más doloroso y, otra vez, lo que nadie te avisa ¿me habré equivocado?
Este mal ha vuelto a cebarse en cientos o quizá miles de personas durante estos días. Entre ellos, Michael Crichton , quien tan buenos momentos me ha hecho pasar ante la tele, viendo ‘Urgencias’ . Una vez más, ni el dinero, ni el hecho de vivir en el país número uno en investigación médica han servido para nada ante la voracidad del cáncer, como ocurrió con Paul Newman .
Hace días que quiero saber sobre alguien a quien han operado y no me atrevo a llamarla, no sé si estará bien.
Anoche oí llorar a otra persona, era un llanto profundo, doloroso, ante el que nadie puede permanecer impasible si no es por respeto, el de la intimidad de cada cual. Esa persona lucha desde hace tiempo por conquistar una felicidad que no debería estar vetada a nadie. La vida vuelve a ser una vez más la protagonista. Y no debería tener precio, ninguno, y mucho menos el de una ilusión que se frusta una y otra vez sin contemplaciones. Perdón por escribir en clave, creo que ella me entenderá, y espero no equivocarme. A ella, sin palabras y con mucho cariño, le quiero decir ahora que estoy a su lado, ante cada nueva esperanza que surja, ante cada ilusión que la anime a seguir adelante, ante cada contrariedad y ante la pena, de la que ahora sé un poco más que antes, tú no estás sola.