Admito que la primera vez que tuve constancia real de que algún día moriría fue el pasado 30 de enero de 2008. Hasta entonces, nunca antes había pensado en la certeza de que la muerte va de la mano de la vida y pueden cambiarse en cualquier momento. Y eso que me la jugué alguna vez. La vida, claro, con prácticas de riesgo muy emocionantes que, a buen seguro y tras pagar el peaje de estar viva, hoy no repetiría.
Pero también es verdad que, una vez descubierta la hermana melliza de la vida, a la que nadie quiere mirar de frente porque es fea, yo he descubierto ciertos matices que hacen a su hermana mayor mejor. Y me explico, porque es sencillo.
Antes, percibía la belleza de la vida a través de momentos extraordinarios, de esos que hay pocos y no todos viven, o creen vivir. Para mí, por ejemplo, un viaje en barco o en avión, un maratón de compras. Si, si, cada instante con mi hija era especial, pero lo atribuía más al hecho de ser madre que al simple gesto de respirar.
Pues bien, el cáncer me ha cambiado las gafas, las anteriores estaban sucias y sólo se dejaban traspasar por acontecimientos demasiado brillantes. Estas son más pequeñas y tienen menos aumentos, ni falta que les hace. Porque ahora he descubierto que cada pequeña estampa que la vida me ofrece a diario, y que experimento con agrado, es un tesoro para mí.
Así, cuando miro a mi marido jugando con mi hija, o aleccionándola, disfruto y sufro a la vez. Pero es una sensación muy llevadera, porque el sufrimiento de pensar que puedo verme privada de compartir con ellos estos momentos, se queda pequeño ante la felicidad que me produce tener la certeza de que van a continuar produciéndose. Y de igual manera, percibo los retazos de vida de mis seres queridos, de quienes me acompañan a diario.
Y así, con la esquina superior de mi glúteo izquierdo condolida aún por el sello de ‘consumir preferentemente antes que el cáncer’, voy engullendo cada día con más intensidad y ganas. Las mismas que me restan tiempo para encerrarme en la habitación y escribir, porque si me da sueño al dormir a mi hija, me quedo con ella en la cama, o me voy a la de mi ‘huesitos’ (mi marido) y me abrazo a él.
Con la certeza de que siempre, me quedará la alegría de saber que las personas con que he tratado en este mundo, y a las que he regalado una parcela en mi corazón, lo merecían, por aquello de lo que son capaces, más que por lo que ya han hecho. Que no es poco.
Tengo 500 mensajes de ánimo y cariño guardados en el móvil. Este blog cuenta ya con más de 500 comentarios. Ha recibido a miles de visitantes, varios miles. Y me quedan fuerza, ánimo y alegría para vivir, al menos, 500 meses más.
(Este post quiero dedicarlo a una persona que espero algún día se convierta en mi amiga. Alguien que comparte con sus alumnos, además de la voluntad de acceder al conocimiento, sus emociones cotidianas, por duras que puedan resultar)
Otra vez, gracias a Nacho de la Fuente, por las agradables experiencias que me proporciona a través de La Huella Digital
Y gracias a La Verdad y su gran familia, por el reportaje que publicó sobre mí el pasado 31 de enero