Aquí estoy de nuevo. Si. Ha pasado el verano y he tenido ocasión de disfrutar como no lo había hecho el año pasado. Pero no todo ha sido cobrar mi compensación…
Vamos por partes. Julio comenzó genial, la playa de Los Alcázares nos estaba esperando y las instalaciones del cuartel en que Jose trabajó durante todo el mes nos acogieron muy bien. Pasamos una primera mitad del verano rodeados de las mejores personas que nos podían acompañar y, entre ellas, una familia muy especial que espero que se aliste en nuestras vidas; la familia Blasco con Javier, Alicia y Carla en la plantilla.
Vivir como lo hicimos allí es fácil, más que fácil, un sueño que se hizo realidad. La playa, la comida hecha cada día, buena compañía, la visita de nuestros familiares más cercanos y sol, mucho sol. Yo mantuve todo el tiempo una expresión de felicidad y relax que, sinceramente, me hacía falta después de los últimos meses. Me acabé convirtiendo en el juguete favorito de mi hija, y la mejor clienta de cremas protectoras de las farmacias de la zona.
Bueno, tonteos aparte, agosto no fue peor en lo que a veraneo se refiere. Vera es una maravilla, sus playas son una fuente de energía que te permiten reponer fuerzas en un entorno idílico, pero civilizado, como a mí me gusta. Y a mi marido, y a mi hija, y…
Pero no todo fue tan bueno, la muerte de Medeles y alguna que otra mala noticia más lastró la alegría inicial. Eso, y que de todo se cansa una. Si, si, aunque parezca injusto así es. Al final, el puente de agosto que este año no fue puente ni nada, nosotros lo disfrutamos en casa, con todo cerrado para favorecer un trasvase de calor entre nosotros y las paredes del hogar. Gracias al aire acondicionado la cosa no acabó en tragedia.
El caso es que llegó el 24 de agosto, fecha elegida por mi oncóloga para dar por concluido el ciclo de tratamientos y comenzar con las revisiones. Ese día para mí era como una jornada de Reyes, lo esperaba con ansia desde hacía meses. Pues bien, chasco, los demás no lo vivieron igual, incluida la protagonista, que no era yo sino mi oncóloga.
El caso es que del famoso informe que señalaría que estoy apta para trabajar, nada. En su lugar, una nueva relación de los tratamientos recibidos y una simple nota al final; no hay evidencia de enfermedad. Nada de las palabras que tantas veces habíamos repetido las dos en su consulta, nada de apta para trabajar, nada de recuperación, nada de restablecimiento, nada de nada, de nada, de nada. Y estallé.
Lo que el cáncer no ha podido hacer en 18 meses lo ha conseguido la absurda burocracia de este país y la psicosis de los médicos a las demandas. No puedo más. He aguantado todo lo que han considerado mejor para tratar mi cáncer, he firmado todo lo que me han pedido sin entender en la mayoría de las ocasiones mas que era por mi bien, he seguido todas las instrucciones con una precisión que para sí quisiera un reloj suizo. Pues bien, no ha servido más que para acrecentar la sensación de inmunidad de los demás a mi alrededor. Y esta vez me refiero a los médicos, porque ahora sí me hacía falta una palabra de ánimo. Una palabra escrita en mi informe que reconociera la lucha por la vida que supone este trance, la prueba de superación que pasamos, la tragedia que vivimos. Algo que me permitiera pensar que todo podría volver a ser como antes. Estaba en un error.
Y en esas nos encontramos, tratando de encajar que nadie está dispuesto a afirmar por escrito que puedo volver a ser la de antes, que no tengo que temer, que debo pasar página. Así que no pasaré página, ahora trato de construirme esa nueva realidad en la que, junto al amargo recuerdo de lo vivido, se une la incertidumbre de cara al futuro y la nueva persona en que me ha convertido todo esto. Sabiendo, eso sí, que si vuelvo a recaer, los médicos se pondrán guantes. No es fácil.