García Martínez – 4 enero 1993
Comprendo que, en los tiempos que corren, resulte inoportuno e incluso de mal gusto referirse al moñigo. Si me atrevo a coger el tema por los cuernos, asumiendo todos los riesgos que ello a de suponerme, es porque me amparo en algo que acabo de leer en el ultimo libro de filosofo Luis Althusser. (Quien, por cierto, estrangulo a su mujer sin darse cuenta, como mucha gente recordará). Pues Althusser, ahí donde lo ven, se refiere al excremento del caballo, calificándolo de maravilloso cagajón .no se trata de una boutade, ni de un intento de llamar la atención. Lo que pretende el escritor – y lo mismo servidor, aunque más modestamente-es avisar el lector urbano (y urbanizado) de que justo al lado nuestro sobrevive un paisaje. Se trata de recordarle al personal de que, además de los coches, y del medio güisqui, existe (todavía) una Naturaleza dispuesta a hacernos la vida más agradable. Pero eso solo será posible si caemos en la cuenta de que aun quedan arbole, y piedras, y acequias, y maravillosos moñigos de caballo.
¿Por qué Althusser ensalza un excremento animal cuando rememora su niñez? Por que en esa época cuando el hombre se muestra más abierto al mundo que le rodea. Ya
En la madurez, el llamado artificio social se encarga de aborregarnos. La sugerencia sería: quitémonos las telarañas de los ojos.