García Martínez – 17 enero 1993
Estoy seguro de que le gusta. Eso es como el que se acostumbra a poner Tele-5. Al principio, no quieres, por dignidad. Pero ya luego -como la naturaleza humana es cutre-, pues te envicias. Y eso es lo que le ha pasado al americano con Saddam Hussein. La primera vez le costó bastante trabajo mandarle los guardias. Como no se atrevía, porque el trueno era muy gordo, al final lo resolvió deshojando una margarita del jardín de la Casa Blanca. Salió que sí, y le arreó. Esta vez, sin embargo, lo ha dudado menos.
Ya el lunes pasado, según se cuenta, dio la orden de atacar. Y si no se hizo de inmediato-como suele repetir la doñita esa tan buena que sale con Martes y Trece-, fue porque las nubes no acompañaban. Para Bush, lo del Golfo constituye su particular videojuego. En aquella primera ocasión le tomó el gusto. Y bien que le hubiera apetecido jugar más. Pero no podía, porque Saddam, por lo que sea, decidió estarse quieto durante una larga temporada. Bush, a punto ya de marcharse, ha sentido nostalgia. Le venía diciendo por las noches a su mujer: ´ ¡Ya me gustaría repetir, ya!”, Y eran tantas las ganas que, nada más mover Saddam un dedo, le ha mandado los aviones. Uno comprende a Bush. El lío se tiene que pasar el día recibiendo visitas, asistiendo a ruedas de prensa y banquetes…
Al final de la jornada, lo que apetece es ponerse delante del videojuego y soltarle unos pepinazos al moro.