García Martínez
Cuando éramos pequeños, los adultos nos decían-y eso que andábamos en plena hambruna –que teníamos los ojos llenos de pan. Querían significar así nuestra indolencia en los estudios o en el trabajo. Se hacían la ilusión, aquellos educadores de que la abundancia de comida mataba o amodorraba la voluntad.
Mucha gente se pregunta ahora las razones por las que se ha derrumbado tan estrepitosamente la confianza en los políticos que aún ostenta poder. Como la cuestión es compleja y, encima, carecemos de perspectiva), quizá pudiéramos simplificar la respuesta diciendo que a nuestro gobernantes se les han ido llenando los ojos de pan. El afán de bienes materiales más allá de lo justo y razonable, la alegría con que emplearon os dineros en tiempo de bonanza económica, tanto pan en los ojos, en fin ha ido llevándolos poco a poco a esta situación tan penosa en la que ahora se encuentran.
El juicio de la Historia llega siempre. Tarda más o tarda menos, pero llega. Los errores que, actuando en nombre de muchos, acaban pegándose. En democracia, la gobernación sin tino es flor de un día. Quienes, por tener los ojos llenos de pan, no quisieron entenderlo a su tiempo, han de llorar luego, con la nuestra, su propia desgracia. El pan de los amiguismos, las comisiones, el enriquecimiento rápido y la frivolidad cegó a demasiados. Y así nos luce el pelo ahora.