García Martínez – 24 febrero 1993
EL lobby feroz no es sólo el protagonista -o antagonista, según se mire- de algún que otro cuento infantil. Ahora, en los finales decadentes del milenio, el lobby feroz es una realidad y su ferocidad alcanza cotas jamás logradas. En vista de lo cual, el CDS (o sea, el papá de la Caperucita actual), ha pedido -ya que no la caza y captura del lobby, por lo que ello tiene de utópico-, sí al menos un reglamento sobre tan dañina bestia
En los Estados Unidos (que siguen siendo, mal que nos pese, la referencia obligada), el lobby feroz no puede campar a su anchas por el bosque de la economía política. Hay normas que lo encorsetan y que le ponen, al menos durante unas horas al día, el conveniente bozal. En España, sin embargo, por aquello del atraso secular, el lobby se mueve en las penumbras húmedas de los cornijales más umbrosos de la Administración y desde allí presiona, chantajea, procura comisiones, soborna incluso, hasta conseguir su ansiada ración de carnaza. Un lobby que, como el de la Caperucita, al país entero. Los millones de ciudadanos que somos acabamos, antes o después, en la boca del lobby.
Lo mejor, como propone el CDS, es prevenir. De nada sirve que los cazadores maten al lobby cuando ya ha cometido sus fechorías.
Todo lo que se haya jalado hasta entonces será ya riqueza definitivamente perdida.