García Martinez – 4 marzo 1993
Me gustaría saber qué siente un pedidor de cabezas ajenas, cuando alguien se permite pedir la suya. Hay quienes circulan por la política con el ropaje de la honradez, sólo porque no se enriquecieron. En la España de ahora mismo, si no eres ladrón ya te califican de héroe. Pero eso no basta para obtener prestigio. Esto último requiere mojarse, arriesgar y someterse al juicio de la opinión pública.
Ciertos personajes pasan su vida recluidos en la cocina del partido. Hacen del partido su casa en propiedad, ni siquiera en alquiler y siempre desde dentro, sin dar la cara, pretenden erigirse en jueces de’ sus compañeros que ejercen cara al público y sometidos a mil peligros. Son los típicos tapados que nunca construyeron una acera, y que, desde su dedicación a la así llamada, política interna, reparten premios y castigos a los que trabajan en la gobernación.
Atareados en las mil faenas de esa cocina (o cocinilla) que digo, se consideran a resguardo. Tienen siempre la reelección asegurada porque todo su trabajo se reduce a manejar los hilos del partido. Los gestores, sin embargo, se desgastan, cometen errores y, por ello, se consumen a sí mismos. Pero puede ocurrir alguna vez que, por circunstancias, el degollador escuche con estupor que su propia gente quiere degollarlo a él. Y, como digo, me gustaría saber qué y cómo siente.
Mera curiosidad morbosa.