García Martínez – 24 marzo 1993
En Francia es más sencillo. Están acostumbrados y tienen una forma de ser, digamos, muy francesa. Mitterrand puede cohabitar con el adversario sin mayores problemas. Es un hombre educado que, cuando le da el insomnio, en lugar de encender la luz –con lo que podría molestar al otro, pues se sale a la terraza. Y lo mismo cabe decir de quien le toque en suerte ten la cosa de la cohabitación. Esa actitud educada procede de la grandeur, que se llama.
En España, en cambio, el asunto se complica. Cada cual es muy suyo. Cuando de convivir o de cohabitar se trata, cualquier tontería hace saltar chispas y, muchas veces, incluso estalla la tormenta. Por lo que yo me supongo, lo mismo Felipe que Aznar deben de ser roncadores. Y de altos vuelos. De modo que, si alguna vez cohabitan, sólo el que se duerma primero conseguirá descansar. Y con sueño no se puede llevar adelante una gestión política eficaz. Cualquier pequeña discusión —que si la comida se ha pegado un poco, que si el pan no es del día, que si alguno se a olvidado de tirar de la cadena- podría hacer que la cohabitación acabara como el rosario de la aurora.
Y eso sin contar que cohabiten más de dos. En tal circunstancia sería para echarse a temblar. Supongamos que cohabitan los dos ya mentados, más Arzallus, más Pujol. Conociéndolos corno los conocemos, no vean la que se puede armar. Yo pondré cuatro dúplex, lo digo como lo siento.
En España, en cambio, el asunto se complica. Cada cual es muy suyo. Cuando de convivir o de cohabitar se trata, cualquier tontería hace saltar chispas y, muchas veces, incluso estalla la tormenta. Por lo que yo me supongo, lo mismo Felipe que Aznar.