García Martínez – 29 marzo 1993
La llamada inflación ha bajado últimamente. Eso es bueno, pero, ¿a costa de qué hemos llegado a esa mejora? Pues, sencillamente, a costa de los productos (y de los productores) del sector primario. De donde se deduce que siempre pierden los mismos. 0, dicho de otro modo, que a perro flaco todo son pulgas.
El personal -usted y yo- hemos cambiado el menú y no precisamente para enriquecerlo. Como en la postguerra, el potaje en plan plato único y una naranja de postre han vuelto a los hogares. Vas por la calle y lo notas. El olorcillo típico que sale de la olla.
No hay mal que por bien no venga, dijo el otro. La vida muelle del consumismo caprichoso sube los niveles de colesterol y triglicéridos. Nada como la dieta mediterránea -asegura Grande Covíán- para vivir más y mejor. Los españoles nos hemos aplicado el cuento. Pero no por haberlo elegido así -a pesar de estar en un país libre-, sino porque a la fuerza ahorcan. Es muy sano comer potaje, pero sería mejor que retornásemos el viejo hábito por propia voluntad, y no porque nos obliguen a ello las equivocaciones de Solchaga.
Comentaban los filósofos de la antigüedad que un potaje deseado sabe mucho mejor que un potaje impuesto. Las cosas ruedan hoy de tal manera que, donde hay potaje, no manda marinero. El potaje surte sus benéficos efectos cuando con una mano lo recibes y con la otra rechazas una caldereta de langosta.