García Martínez – 6 abril 1993
Por muchos cariños que reciban de quienes los acogen, a la larga se impone la inevitable realidad de que los perros, perros son. Y si, cada vez que toca salir de vacaciones, los pobrecicos viejos se quedan solos en la casa -o en el hospital, por crónicos-, ya me dirá usted qué ha de pasar con los perros.
Me acabo de enterar de que, en llegando la Semana Santa, muchos de los perricos de compañía son literalmente despedidos, y desde luego que sin indemnización.
¿Qué le ocurre el personal cuando suena la hora de holgar? ¿Qué clase de locura es esta, que nos lleva a las carreteras para correr el riesgo de mal morir? ¿Qué afán de vacación nos consume, hasta el punto de abandonar a un animalillo con carnet de identidad? Me imagino a la familia en el coche, camino la playa, masticando todos el mismo callado remordimiento, alegría del asueto primaveral se romperá, sin duda, vean un perro muerto sobre el asfalto, o un perro que, meneando la cola en una acera, les mira a los ojos. Si son gente honrada, sentirán en sus carnes el arañazo del mudo reproche. Y las vacaciones, aunque no aparentemente, se irán en el fondo a pique.
En esto, creo yo, pasa como con los hijos. Si no has de cuidarlos los mínimamente, no los tengas. Se puede vivir sin hijos y sin perrico que te ladre. Pero, si tienes hijos, o tienes perro, pórtate como un hombre. No más perros perdidos sin collar.