García Martínez – 12 abril 1993
Cohabitar o no con Mitterrand nada tiene que ver con la política. Es un asunto personal. De siempre, el presidente de la Francia ha sido un personaje físicamente raro. Tiene pinta de malo de película. Después de la operación que soportó, su aspecto ha empeorado. Feo, pálido y da esplendor. También da miedo. Tampoco él se preocupa, por lo que observo, de mejorar su estampa. Desde hace unos días, el buen hombre se presenta en público con un horrible sombrero negro que dice poco a su favor.
¿Quién podría cohabitar con un señor así? Su propia esposa-que me resulta muy agradable, por su cara exótica- anda por ahí en las labores propias de una presidenta. El tema cultural y tal.
No sé yo si cohabita poco o mucho con su esposo. Pero en su caso da lo mismo pues está ya más que acostumbrada. El problema se presenta en la cohabitación entre Mitterrand y un político (o políticos) de la derecha. Giscard -“que tampoco es una belleza- desiste de momento. Y yo creo que hace bien.
Porque, vamos a ver: ¿qué pasará cuando el de la derecha se levante cualquier madrugada para orinar, y se encuentre a Mitte deambulando por las estancias, mientras se escucha la Marsellesa? De seguro que le da un paparajote. Imaginemos una noche de tormenta. Y que la claridad de un relámpago nos pone delante a un Mitterrand que muestra dos agudos colmillos … ¡Quita, quita!