García Martínez – 18 abril 1993
Son como niños, pero niños tontos. Ahora, al estar las elecciones a la vuelta de la esquina, se han puesto -tanto los de Madrid que los de provincias- a lavarle la cara al edificio.
“Venga, venid todos, que tenemos que pintar la fachada”, dice el dirigente máximo. Y, ¡hala!, olvidan por el momento las viejas disputas, y todos se transforman en avezados pintores. Tal mal estaba la casa, que no se trata sólo de pintar, sino que se hace necesario tapar grietas. De modo que unos aportan el yeso, otros hacen la masa y aquellos la van metiendo por las resquebrajaduras. ¡Qué diligentes se han vuelto!
Hasta se dicen piropos durante la faena. Antes, por un quítame allá ese sillón, sacaban las navajas. Pero las órdenes son órdenes. Hay que vestirse de domingo para las urnas, y el que se mueva -ya lo sabemos- no sale en la foto. Lo único que se permite, en todo caso, es menear el rabo. ¡Qué cariñosos se han vuelto!
Hará que poner vigilancia en la acera, claro. ¿Cómo lo llaman? ¡Ah, sí! Servicio de orden. No vaya a ser que algún malasombras dedique a rascar la pintura y saque a relucir lo que hay debajo. Después, cuando ganemos, una ligera lluvia será suficiente para que la fachada vuelva a su primitivo estado. Pero, para entonces, ya pueden venir. Si es que vienen. Porque el pueblo es buena gente. Y la buena gente olvida pronto los agravios.
-¡Pintoooooor, si pintas con amoooooor…!