García Martínez – 28 abril 1993
No pocos dirán que se debe a la casualidad, pero el hecho es que, en los últimos días, me he cruzado con más seiscientos de lo que era habitual. No pocos dirán que ello es síntoma de lujo, y no de necesidad, Que, en estos tiempos de saturación consumista, salir a la calle en seiscientos mola un montón. Y que no se trata de que el ciudadano carezca de posibles para comprarse un coche más moderno. Es como quien decide viajar en un Ford del año del catapún y le cuesta un dineral.
No sé, no sé. Los seiscientos que llevo yo viendo no los conducen jovenzuelos que, a bordo del antiguo y económico utilitario, pretenden Hamar la atención. No son de esos que van en el mini coche fardando pero guardan en el garaje un buen último modelo para trayectos largos y serios. Más bien me corroe la sospechada que el regreso del seiscientos tiene que ver con la mala situación económica que estamos atravesando. Lo cual quedará confirmado si, dentro de poco, empezamos a ver burros y mulas por esos caminos de Dios.
El ser humano posee una enorme capacidad para sobrevivir. A la chita callando, cada vez que Dios aprieta, se las apaña para encontrar la salida del túnel. Yeso es lo que me parece a mí que está sucediendo ahora, A falta de langostinos, bacalao. Y a falta de pan, buenas son tortas, tal y como dice el dicho.
Sólo nos queda esperar que no regrese también la alpargata.