García Martínez – 15 mayo 1993
El señor Anguita se ha cabreado porque a él y a su gente no los invitan a participar en los cara a cara de las televisiones privadas. Lo cierto es que Anguita no paró hasta que se quitó de en medio a las tres únicas estrellas de que disponía su partido: la Almeida, el Castellano y el Sartorius. No tiene ningún derecho a quejarse. En la televisión oficial, cualquier rollero ha de ser tolerado por aquello de la igualdad de oportunidades.
En el libre mercado, sin embargo, el que vende sale y el que no se queda en casa. La Almeida, el Castellano y el Sartorius eran llamados habitualmente las teles por su propio y particular gancho, sin que fuera determinante su pertenencia a la Izquierda Unida. Quienes se los han cepillado deben comprender que hay que estar a las duras y a las maduras. Al personal espectador no le basta con recibir los mensajes políticos. Eso casi es lo de menos. Lo que vale es el enfrentamiento entre dos tipos conocidos, entre individuos que serán capaces de entretener al público.
Este problema que ahora tiene Anguita se suele presentar en otras parcelas de la vida. Cuando los mediocres maquinan para cargarse a los que valen más que ellos, no pueden pretender luego que, sólo por eso (por mediocres y por maquinadores) tenga el común que prestarles su preciosa atención.
Anguita y los que se han quedado con Anguita aburren y las televisiones privadas no están por la labor.