García Martínez – 19 mayo 1993
Me siento como si no fuera de este mundo. O como si este mundo no fuera el mío. Estoy desconcertado y me gustaría saber si a otras personas les ha ocurrido lo mismo que a servidor.
Fue que me encontré ayer, en el periódico, a unos técnicos manipulando en el interior de la máquina expendedora de café, chocolate y te. Me esperé a ver cómo, al terminar la faena, uno de ellos se metía dentro, mientras el otro cerraba el artilugio. Y resultó que no. En contra de lo que yo creía, no hay nadie en el interior del aparato sirviendo a los dientes. Todo el trabajo lo hace una extraña combinación de tubos y mecanismos que componen una especie de intestino de metal y plástico. Me quedé muerto, la verdad. “Uno imaginaba que todos esos chismes funcionan como los del tabaco, donde sí que hay una escondida, como lo demuestra el hecho de que, cada vez compras un paquete, te da las gracias de viva voz. Yo siempre contesto: ”de nada joven”.
Lo que no acabo de entender es cómo para despachar cigarrillos, que es algo sencillísimo, hace falta señorita, y para servir cafés, que es algo mucho más complicado, se puede prescindir de elemento humano. Después de pensarlo y repensarlo, estoy llegando a la conclusión de que, a lo mejor, en el aparato del tabaco tampoco hay nadie. Y que la voz sea un disco.
Estoy hecho un lío y me acuerdo mucho de Charlot en Tiempos modernos.