García Martínez – 18 junio 1993
Esto era que, al instante, sonaron los clarines. Se elevaban nubes de incienso hacia los azules cielos. Escuchábamos cantos gregorianos muy relajantes. Soltaron globos. Después, palomas. Fue un error: las zuritas pincharon los globos con el pico. Entre los cientos de miles de personas que aguantaban al pleno sol en la explanada, se alzaban, por aquí y por allá, enormes retratos de Felipe Gónzalez. En el estrado principal, allá en lo alto, el Papa oficiaba el Ritual para un beatificado.
Aznar no terminaba de creerse lo que estaba viendo. La beatificación del líder de los socialistas era algo que nadie, ni los mas listos de su partido, podía prever. Es verdad que Felipe tiene carisma, posee la capacidad de levitar y ha hecho el milagro de mantenerse en el poder una eternidad. Otros, por menos son hoy beatos. Todo esto lo reconoce el conservador, pero coñe, parece que , si hay que beatificar a alguien, sea a una persona de orden y no al dirigente de un partido, así llamado, de progreso.
Arreciaban los cánticos. Los fieles, entusiasmados, gritaban “Fe-li-pe, Be-a-to, To-re-ro. Aznar se restregaba los ojos, incluso se atusaba perplejo el intocable bigote. Diole con el codo de su esposa, esperando algo, una miaja de aliento, pero ella se limito a poner cara de circunstancia. Después de descubrirnos que, como suele ocurrir en los cuentos, todo había sido un maldito sueño.