García Martínez – 22 junio 1993
La semana comenzó con una matanza criminal en las calles de Madrid. Obreros que van a su trabajo (militares incluidos), escolares que acuden a su escuela, personas que nada tienen que ver con las alucinaciones asesinas de unos locos, caen de pronto bajo los cascotes de una descomunal violencia. Aun aceptando la horrenda tesis de que se pudiera matar para obtener su fin, ¿Cuál es la rentabilidad de este mortífero negocio?
Han matado otra vez. ¿Y que consigue con eso? Lo primero, dificultar la reinserción de los que estan encarcelados. Y lo segundo, recolectar el asco y el repudio absoluto de los ciudadanos de buena voluntad. Es probable que, en otros tiempos, las acciones terroristas ayudaran en algo a quienes las ejecutan. Hoy ya no, pero siguen ciegos de odio. Odio a la gente, a toda la gente, a la hermosa gente. Al militar, al policía, al político, al magistrado y a cuantos -niños y adultos-circulan un lunes por la mañana, a pie o en coche, alegres o tristes, sanos o enfermos, por cualquier calle de cualquier ciudad.
El objetivo de estos desalmados se reduce a producir muerte y sufrimiento. Como si ya quien corresponda no se ocupara desde Alla arriba de mandarnos al otro mundo, sin que sepamos por que, ni para que. Como si la vida, en circustancias que decimos normales, no fuera ya bastante muerte.
¡Que se vayan a la mierda!