García Martinez
Es muy probable que el verano de este año sea igual que los anteriores y sin embargo… En otras ocasiones ya muchos días antes de la vacación, el personal empezaba a bullir. Que se ponía efervescente, vaya. Todos hablaban de lo mismo y con la misma ilusión: el mes de holganza en el que habían puesto todas sus complacencias. Esta vez, los así llamados medios se han limitado a decirnos el número de vehículos que circularán por las carreteras. Y con eso acaba la historia.
¿Qué está pasando? Puede ser que sólo vayan a veranear la mitad de los que antes veraneaban, por la malísima circunstancia económica, aunque no creo. Es posible que a la gente no le apetezca presumir, sabiendo que, por primera vez en mucho tiempo, el vecino del cuarto y algunos que otros amigos de barra tendrán que quedarse en casa. Algo se menea en las almas, que se transmite luego al ambiente exterior, y que no ha sumido a todos en la discreción e incluso en el más negro de los silencios.
Parece como si nadie se fuese de vacaciones en este verano de 1993. Ya digo: estarán llenas las playas, casi repletos los hoteles y apartamentos, atestados los chiringuitos, y hasta podrían venir los mismos extranjeros de siempre. Pero algo extraño se huele en el entorno. La tristeza de quienes no podrán, el remordimiento de los que todavía pueden. O quizás todo esto sea sólo el resultado de una apreciación demasiado personal.