García Martinez
No hay más que echar un vistazo a las fotos. Advierte uno en seguida que, después de ganar –aunque en precarlo- las elecciones, al jefe se le ha cambiado la cara. Para mejor, desde luego. Ahora sí que se parece a ese retrato retocado que sus asesores de imagen nos presentaron durante la campaña. Entonces, el Felipe pintado se parecía poco al Felipe vivo. Ahora, en cambio, si. Parece como si hubieran adivinado los fotógrafos que el poder lo cura todo. Desaparecen las ojeras. Y las canas interpretan un papel de mejoramiento.
Le pasa al jefe –después de asegurarle unos años más de jefatura- lo mismo que a los recién casados: que regresan pimpollos del viaje de novios. El poder sólo desgasta cuando uno se pasa las noches en vela porque teme perderlo. El insomnio produce estragos. Pero cuando a uno le dicen: “Ahí tienes cuatro años más´´, la Naturaleza, que es sabia, embellece al sujeto, le concede lustre y esplendor. Felipe ha contraído nuevas nupcias con la Jefatura del Gobierno. Y sólo por eso ya es otro.
Servidor –que tantas cosas ignora- desconoce el comportamiento interno de las células, o de lo que fuere, que actúan de un modo cuando las cosas van mal, y de otro cuando van bien. De acuerdo con esta teoría, el así llamado Martín Toval entrará rápidamente en fase de mustiamiento. Ya no ha de mostrarse tan fresco y discharachero. De Solchaga me cuentan que ha crecido medio palmo.