García Martinez
TODO el mundo anda este año picado por los mosquitos. Los filósofos manejan varias teorías. Unos dicen que, como consecuencia de la crisis económica, hay más bichos de estos que nunca. Otros se olvidan de la cantidad y argumentan que son los de siempre, pero muy agresivos. En este aspecto, algunos se refieren a extrañas mutaciones celulares que hacen del mosquito una especie de Drácula enano. Yo maté uno el otro día, y tengo que decir que salió sangre suficiente para una buena transfusión, peligro de SIDA al margen.
La pregunta sería hasta que punto debemos inquietarnos. ¿Ha de quitarnos el sueño, además de la sangre, la picadura insistente e intermitente del mosquito? En este problema que hoy nos ocupa y preocupa, conviene resaltar empero el carácter democrático de esta plaga. Aquí, las victimas no son únicamente los pobres, ni las clases medias. El mosquito –al contrario que Marx y Engels- no ve al personal repartido en clases sociales. Quiero decir que a los ricos también les pican. Y esta circunstancia es un matiz que no debemos olvidar. Porque si los mosquitos atacaran sólo al contribuyente común, ya podríamos despedirnos de cualquier tipo de solución. Ahora bien, siendo los poderosos –incluido el nuevo Gobierno- objeto de picadura, la cuestión quedará resuelta antes que después.
(Me gustaría mucho que el lector captara la trascendencia de estas consideraciones mías).