García Martinez
NO es que tengan dura la cabeza, sino que sólo aceptan las evidencias cuando ya los hechos se han cansado de machacar, de insistir. Hemos dicho en mil y unas ocasiones que el político ha de ser ejemplarizante. Y que, por eso mismo, no es preciso esperar la sentencia de los tribunales para que se marche a casa. Una mera falta de ética no punible según los códigos basta para dejar el sillón. Nadie nos ha hecho caso. El propio Felipe González clamaba hasta hace muy poco que no hay nada mientras no exista una decisión firme de los jueces.
Y, sin embargo, uno de unos ministros, Jerónimo Saavedra, coincidía ayer con lo que, modestamente, se viene pregonando desde esta ventana. Tampoco es nada nuevo. En otros países, como Alemania, donde la democracia funciona mejor, resulta frecuente que un alto cargo abandone sólo porque sobre el recaen sospechas escandalosas. En España ha sido necesario que se destapara por completo la olla de las corrupciones, para que los políticos cayesen en la cuenta de que no pueden ir impuramente contra el sentido común.
Ya Solchaga reconoce que, al margen del aspecto penal la actuaciones del señor Mohedano, secretario de su grupo parlamentario, merecen una valoración política desde la perspectiva de lo ético. Es una pena que lo hayan entendido tan tarde, cuando le han visto las orejas al lobo de un balance electoral digamos que inquietante.