García Martinez
TODOS los veranos ocurre que los, así llamados, gordos nos proponemos –por propia iniciativa o por consejo del médico- hacer un poco de deporte. Generalmente, el personal de pie dispone de un mes de holganza. Los primeros días se emplean en considerar la conveniencia de moverse con alguna actividad deportiva. Poco después acudimos a una tienda y compramos zapatillas adecuadas. Más tarde nos acercamos a las instalaciones que tenemos más cerca para decidir qué deporte podría servirnos mejor. Elegimos uno y volvemos a pensárnoslo, no vaya ser que se trate de algo demasiado violento y, por lo mismo, contraproducente.
No se puede evitar que todo lo anterior coincida, tanto en el tiempo como en el espacio, con los hábitos que son propios del veraneo: las cañas de cerveza, helados de manteca (porque, según me dicen, los helados llevan manteca, como la butifarra), tapas surtidas, longaniza de esa bueno y tó. Ello hace que, al terminar el mes, no tengas aún claro qué deporte vas a practicar, mientras que, por lo ya dicho, le has metido al cuerpo tres o cuatro kilos más.
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre la conveniencia de solicitar la colaboración de los sindicatos. A ver si pudieran conseguir de las empresas, lo mismo públicas que privadas, dos meses de vacaciones para los gordos. Un mes para pensárselo y otro para llevar la cosa a la práctica. Otra solución no veo yo.