García Martínez – 5 septiembre 1993
¿Qué si hace un cigarrillo? Pues, no señor, que no hace. Y no por despreciar, si no porque, desde hace veinte días, ni lo cato. ¿No lo ve usted esa boquilla ridícula que llevo entre los dientes? Pues eso. Le advierto que el mentol viene funcionando solo desde anteayer. De modo que no hay que adjudicarle mérito. No nada de terapias especiales. Sé que andan por ahí facultativos que, por veinte mil pelas de nada, dicen alejarte del vicio. No me parece que para dejar de fumar haya que ir al especialista. Ni hacer un máster en los Estados Unidos.
Debo confesar, para tranquilidad del entorno, que no soy de aquellos que, al convertirse, se toman fanáticos de la nueva doctrina. Yo no persigo a los fundadores, ni les pongo mala cara. Más aún: los acojo con simpatía. También por interés egoísta, ya que teniéndolos cerca, algo de humo aspiro yo. Me encanta ser fumador pasivo, y no únicamente porque es barato. Comprendo al que fuma, aunque, por circunstancias, ya no lo comparta. Sé de su necesidad, de su deseo de abandonar, de lo mal que lo pasa cuando, queriendo dejarlo, no puede. Fumar es un placer, que dice la copla. De eso no cabe duda ninguna. Pero, en fin: prescinde uno de tantas cosas imprescindibles… Es una miaja puta la vida, Ya lo creo que sí.
-¿Y cómo dices que te lo has dejado?
-¡Pues, coñe, dejándolo ! No hay otra manera