García Martínez – 14 septiembre 1993
Cuando Arafat salía del hotel camino de la Casa Blanca, su ayudante le dijo: “Efe: que se dehala pistola”. El jefe lo miró como diciendo: “¡Estás tonto, mushasho! Hoy no es día de pistola, sino de toalla sola”. Un poco más tarde, Rabin y Arafat componían con las manos el dibujo-emblema de la UGT, mientras que Clinton, con la suyas, trataba de sujetarlos por la espalda, no fuera a ser que se le escapen a última hora.
El fraterno acto de ayer viene a demostrar tres cosas: que los tratos, para que acaben cerrándose, hay que hacerlos –lo mismo en política que en melocotones- sin testigos; que un terrorista de la semana pasada puede ser un héroe de la semana siguiente; y que no somos naide, ni tampoco denguno. A los niños de teta, el sistema nos vendió que Santiago Carrillo -hoy San Santiago Carrillo- era el demonio emplumado, y que Yasser Arafat venía a ser el genuino paradigma del terrorista internacional.
El márquetin político procuraba incluso que los viésemos físicamente feos, particularmente al palestino. Desde hoy, las caricaturas de Arafat irán mostrando poco a poco rasgos más suaves y agradables de mirar, de acuerdo con las órdenes de la Trilateral y similares. Llegará un momento en que diremos: “l love Arafat”. Lo cual se leerá en los libros de este tiempo, que sólo tienen dos páginas: la parte delantera y la parte trasera de una camiseta de propaganda.