García Martínez – 17 septiembre 1993
La democracia lleva a los tránsfugas pegados al trasero como si fueran almorranas. Y no encuentra medio de erradicarlos. Cuando ya creíamos que los mudadores de chaqueta fueron nada más que flor de la transición, surgen de nuevo entre los trigales, llamativos como ababoles. Alguna culpa tienen los partidos, por ser cada vez más iguales. Pues gente hay que lo mismo le da apuntarse al PSOE que al PP. Lo único que se toma encuentra es de dónde te llegará mejor y más abundante chupe.
Aún así, la figura del tránsfuga es intolerable. El tránsfuga es todo lo contrario del hombre de palabra. No le importa decir digo donde antes dijera Diego. Si a usted, tío tránsfuga, ya no le apetece militar en su partido, pues, coñe, coja el petate y márchese. ¿A quién representa un tránsfuga, votando contra los intereses de su propia gente?
Desde luego que no a esa gente. Pero, por lo que se ve, nadie es capaz de acabar con estas feas almorranas políticas. Ni siquiera congelándolas, que es técnica nueva y por lo que cuentan eficaz.
Por si faltaba alguien, tenemos luego al partido que recibe los favores del tránsfuga. En esto seré muy claro y convincente: tan sinvergüenza es el que da como el que toma. Me aseguran que el ‘tránsfuga de Aragón estaba nervioso. Naturalmente que sí. Como todo el que sabe que la ha hecho sucia y que, cuando salga a la calle, el personal le hará la pedorreta.