García Martínez – 2 octubre 1993
En la Fuente Álamo de Albacete hay una plaza mayor con dos relojes. Estoy hablando de relojes grandes, relojes con mucha vocación, que pretenden guiar a los hombres, avisándoles- también es mala leche- de que el tiempo que se les pasa volando.
En las plazas mayores suele haber nada mas que un reloj. En Fuente Alamo, sin embargo, te situas en la fachada del bar de León y tienes, a la izquierda, el reloj de la iglesia, y a la derecha el reloj del Ayuntamiento. Si nos apetece, podemos hablar de un tiempo religioso y tiempo civil. El del cura y el del alcalde. El turista observa con mucha atencion. Trata de saber si ambos relojes proclaman la misma hora o se advierten diferencias. Ambos marcan lo mismo. Puede que haya un desfase de segundos. Pero eso no se pueden detectar desde aquí abajo. No se yo si los vecinos, que estan mas que acostumbrados, seran capaces. Quizas pepe, el del olmillo, que tiene una vista excelente, pues ha ido afilandola, un año detrás de otro, en los verdes, interminables hilos de las viñas.
Sobre todo ahora en otoño, me gusta sentarme a la puerta del bar y mirar los dos relojes. Huele a uva machacada y las moscas de la vendimia dan follón del mundo. Pienso. No es verdad que haya dos tiempos, uno civil y otro religioso. Hay, si acaso, un tiempo solamente. O ninguno. Entonces, ¿dos relojes para nada? Ya, pero no importa si entretenien al personal.