García Martínez – 20 octubre 1993
Llueve, llovía, lloverá. Ya ha empezado. Nadie se atreve a levantar la voz, después de tanto tiempo esperando, no vaya a ser que la pasme-la lluvia- y se marche por donde ha venido. Así es que todos vamos por la calle callanditos. (Callandito por la calle. Hubo una canción de Benidorm, que así decía callandito). Solo una miajita de humedad y que en cambio en el panorama. Al paisaje le han dado- así lo veo- una mano de barniz. No espesa, ligerilla.
Tenemos también que, a pesar de los muchos meses que han transcurrido sin llover, esta lluvia- con la que se abre la temporada de otoño- acude con la mayor naturalidad. Como si no hubiera pasado nada. Primero se escucha un chisporroteo que pronto se remansa en humor. Y, a partir de ahí, a veces, un chapoteo. El glu-glu anunciador de agua abundante. Claro que, tan abundante como aquí se precisa, aun esta por ver. Fijate lo que es el llover. Una cosa tan tonta, ¿no?, y sin embargo como alivia. Ante la falta de agua, mejor mirar al cielo que a la autoridad. Una rogativa conviene mas que mil visitas a un despacho oficial. Finalmente, el agua no la da la Borrell, sino ese, o eso, que no sabemos quien, ni que. Pero alguien o algo que, antes o después, toca el pito y ordena por encima de las nubes: ¡Lloviendo!.
Da gusto, a través de la ventana abierta, oírla caer. Y ver como gotea desde las hojas- ahora por fin relucientes- del aligustre.