García Martínez – 23 octubre 1993
Cuando me lo encontré ayer, subido en la bicicleta y con el palillo en la boca, me eche las manos a la cabeza. Hay quienes dicen que lucir un, así llamado, mondadientes asomando entre los labios es de mala educación. Yo no creo que sea un pecado grave de urbanidad. Si el palillo no esta machacado y rechupado, puede pasar. Lo que no debemos, en este caso que digo, es hurgar entre los dientes. Eso hay que dejarlo solo hay que dejarlo para después de comer. Cuando uno circule por la calle con el palillo puesto, lo mejor es llevarlo como el que lleva una pipa. Aunque parezca que no, la costumbre del palillo en la boca ayuda un montón. Se trata, como si dijéramos, de una terapia. Produce los efectos benéficos (alivia la ansiedad, rebaja el estrés), y anula los perjudiciales (embrozamiento de pulmones, fatiga, cáncer e infarto). Bien puesto, el palillo procura a la persona un aire dandi. Dos cosas, sobre todo conviene evitar siempre: mover el palillo de una comisura, otra como si fuesemos un conejo, o metérnoslo en el oído para desatascarlo.
Y lo que ya no hay que tolerar ninguna es que un tío con palillo en la boca monte en bicicleta. Ese que me he encontrado en la carretera ha conseguido sacarme de quicio.
¿No comprende, el muy bestia, que si tiene una caída puede clavárselo en el paladar? ¡coñe!!
¡Es que hay gente que no aprende nunca!