García Martínez – 2 noviembre 1993
Parece que, por la propia tremenda fuerza de los hechos, la semana laboral de cuatro días es algo prácticamente ultimado. La Europa que llaman civilizada se lo está tomando muy en serio. De donde cabe deducir que no tardará mucho en implantarse en los países menos civilizados. Yo lo veo bien, qué quiere que le diga. En realidad, el ser humano no está capacitado para trabajar –trabajar bien, quiero decir- más de tres o cuatro días de cada siete. Y si ya hablamos de trabajo fetén, realizado con acierto, entusiasmo y meticulosidad, pues con el lunes sería suficiente.
Se plantea, sin embargo, una duda muy gorda. ¿Cobraremos lo mismo trabajando hasta el jueves que trabajando hasta el viernes? Este es un dato trascendental que nadie aporta. No sé si es que no interesa aportarlo, y de ahí que todo el mundo se haga el loco. ¿Nos encontramos ante la que pasa realmente es que no sabemos qué hacer con tanto parado?
De lo que se trata es de dilucidar si este anuncio que se nos hace ha de entenderse como cosa buena o como cosa buena o como cosa mala. La semana de cuatro días, ¿será benéfica o dañina? Más aún: ¿qué pasará en esas semanas que traen lunes festivo, martes laborable (jornada puente), miércoles festivo otra vez y jueves de asuntos propios? Que lo diga quién sepa y pueda. Redondo y Gutiérrez ya se han interesado en la cuestión.
Lo que sea sonará muy pronto.