García Martinez
ESTE bullebulle que se traen los partidos –y principalmente los mayoritarios- es síntoma claro de que ha llegado la hora de la alternancia. Conociendo los percales, nadie sabe si resultará bien o mal. Pero estar, está de Dios.
Cuando un sistema ha previsto que los partidos más notorios se alternen en la gobernación, a lo último sólo queda alternarlos. De no ser así, este sistema que decimos pasa a convertirse en mala copia o engendro. Uno cree que ese tiempo de cambio- no, desde luego, el cambio del cambio del cambio- ha llegado ya. Y –aunque inconscientemente- el propio partido que deberá retirarse también lo entiende así. Hay sucesos y situaciones que, por desgaste o por la propia naturaleza de las cosas, son sintomáticos. Y si esa necesaria alternancia no se produce, quienes pretenden perpetuarse en el sillón son devorados por acontecimientos imprevisibles.
Siempre que la alternancia se retrasa más de lo conveniente, hace su aparición el alterne. La compra de favores, el enriquecimiento ilícito, el desorden ideológico y las dentelladas entre compadres configuran una típica situación de alterne. Las barras de los bares de las instituciones empiezan a oler a perfume barato. Los fantasmas de las furcias políticas vacían el champán en los maceteros, y todos bailan el baile de la desvergüenza. Por entonces, del alterne a la alternancia ya sólo hay un paso.