García Martinez
CON la llegada de los fríos, casi todos nosotros hacemos los que se llaman ejercicios espirigripales. El virus de la gripe, al tocarnos con su varita estúpida, nos hace de inmediato reos de cama. Y es ahí, en el lecho, donde entre tiritonas y sudaderas, temblores y desvanecimientos nos ensoñamos en lo que bien mirado, es el mundo y son sus fastos.
En tiempos como los que ahora corren, que nadie sueña ni reflexiona, pues todo cristiano va de acá para allá montado en el cochecito, la gripe es una bendición de Dios. El perfume de la esencia del eucalipto, el silencio de la atardecida se escucha, pero lejano, el ruidanco de una moto, los calores interiores que proporcionan la tradicional mezcla de coñac con leche, todo ayuda a adentrarse en un ámbito abovedado, donde incluso se escuchan monótonas melopeas de gregorianos cantos. El enfermo pasa revista a lo acontecido durante el año pasado, desde que se presentara su última gripe. Reflexiona y obtiene conclusiones para los meses venideros. Su relación con la mujer, con los amigos, con los jefes… Todo eso y más que no diré por no aburrir llena la mente del griposo. Y el sobrante pensante es lo que destila por la nariz en forma de mucosidad. Bien que sin ser mero moco, sino pensamiento que no se valora, por secundario.
Somos muchos, ya digo, los que han decidido tomar hábitos después de una corta gripe.