García Martinez
ANTIGUAMENTE, cuando las ciencias no adelantaban una barbaridad, cualquier vecino podría pensar en sus cosas mientras el interlocutor se ponía al teléfono. “¿Está don Fulano? Que se ponga´´. Don Fulano podía estar despidiendo a una visita o en el retrete. Ese tiempo de espera, sumado a los tiempos de espera que se iban produciendo durante la jornada, permitía reunir minutos suficientes para una reflexión como Dios manda. Dividida en capítulos, pero como Dios manda.
Hoy, tras el “que se ponga´´, lo que escuchas es una música. De tal manera que, al cabo de todo un día de telefoneo, quien más quien menos se ha echado al cuerpo el equivalente de un disco de esos que dicen compactos. La intención es buena. Lo único que pretenden es hacernos más amena la demora. La música que para ello emplean suele ser ratonera. Esa misma que te sueltan en los aviones antes de despegar y después de aterrizar. Lo que me pregunto es si hemos salido ganando o perdiendo. ¿Qué es mejor: oír música o pensar? ¡Hombre! Ambas dos actividades son excelentes. Si hemos de elegir, creo que debe aceptarse lo de la música, siquiera sea para estar a tono con la época en la que vivimos. Pero, en sí, hemos de exigir que, en lugar de la ratonera, emitan producciones de mayor entidad. Cositas de Beethoven, o de Mozart, o incluso de Mahler.
Pero sólo si les parece bien a ustedes, ¿eh? Pues no pretendo yo forzar a nadie.