García Martinez –22 diciembre 1993
Cuando escribo aún no tengo conocimiento de que me haya tocado el gordo. Lo sabré cuando ustedes me lean. (Suponiendo que me lean, pues esa es la otra. Que los escribidores vamos por ahí en plan alindados, dando por seguro que la gente nos sigue, y después vienen las madresmías). Tenemos aquí, por tanto, entre ustedes y servidor, una curiosa relación de circunstancia. Yo escribo mi chorrada en una muy concreta –horas antes del sorteo-, y ustedes la consumen (mi chorrada, digo) a sorteo pasado. Andamos, pues, desigualados.
De cualquier manera, que nadie se llame a engaño conmigo. Tanto si me toca como si no (y lo más probable es que me toque), seguiré siendo el mismo. Ya, ya sé que eso es fácil de decir,
y que luego nadie lo cumple. Yo en cambió, he reflexionado sobre el particular, ejercitándome bastantemente en una -¿estás en lo que es?- sosegada paz del espíritu, que deberá traducirse en tal disposición del ánimo que me lleve al ni sufre, ni padece, ni baila, ni se alegra. De donde deducimos que, si esta mañana del veintidós ya fuera yo millonario, los amigos me encontrarían en el mismo sitio de siempre. Y lo que importa más: con igual talante.
Caso distinto es el compañero Mariano, al que considero profesional del entusiasmo presorteo. Su premio es gozarse en la espera, lo cual viene a ser como si –aunque de otra forma- le tocara todas las veces. En eso lo envidio.