García Martinez –28 diciembre 1993
En mi casa me llaman, en mi casa me llaman El Inocente…” –Así reza una canción suramericana, que añade: -“Porque quiero a muchachas que son decentes”. Esto es de cuando había inocentes. Hoy ya no quedan. Ni siquiera los niños, hijos como son de la televisión, y tan precoces. Sólo resiste la festividad. Y la atención que le prestan –con la consabida broma- algunos periódicos.
Y todo porque, en estos tiempos, nada es imposible. Ya te puedes inventar el disparate más absurdo –como que Felipe González cumplirá ochenta años en el cargo- y no sorprenderás a nadie. A ver: dígame usted una barbaridad de las más bárbaras y verá como, desde la perspectiva de esta época, a ninguno le ha de sonar a barbaridad. Estamos demasiado curados de espanto. Acuérdese usted de cuando celebrábamos el 92 famoso, ¿Quién hubiera podido suponer que sólo unos pocos meses después de los fastos estaríamos en completa quiebra? Y, sin embargo, aquí nos tiene usted: sin velas, desvelados y, entre peñascos, rotos.
La inocentada significa que damos por verdadera una casi imposibilidad. (Así, que Bibi Andersen y Almodóvar tengan un bebe). Hay que dejar al personal con la boca abierta, para luego, explicarle que se trataba de una broma. Pero, ¿qué asunto deja hoy a nadie con la boca abierta? Digo más: están ocurriendo cosas que ni las más atrevidas inocentadas hubieran podido prever.