García Martinez – 31 diciembre 1993
¡Divertios, malditos, y mariquita el último! Los que mandan algo en el Más Allá han ordenado salir a los pregoneros. Anunciaban –aconsejándola- tremenda diversión para esta noche. Porque está escrito que quien no se divierta en Nochevieja, quien no se tome las uvas, morirá. No me pidan la explicación. Yo no la tengo, pero es la pero es la pura verdad.
En esta de San Silvestre es conveniente estupidizarse un poco. El ilustre catedrático se colocara una nariz colorida de cartón, el digno magistrado soplara el matasuegras, la abuela ensortijada diría de mesa en mesa arrojando lluvias de confetis… Y todos, todos envasarán varios decalitros de cava y un bidón de licos-café (que ahora está de moda en Madrid) o, si se prefiere, de Beso de Novia. Comeremos mercancías exóticas que cada vez lo son menos, tal que el salmón noruego, que ya es, por generalizado, como si tomaras acelgas. Envidias y palmito, también.
Quien no se divierta contraviene la costumbre hecha norma. Existe obligación estricta de divertirse. !Ay de aquel que no le ilusione, desde que se levante de la cama, con la fiesta que le espera por la noche! ¡Ay del que no sintonice cada uva con cada campanada! Muchos verán, después de la farra, que no se han divertido nada, pero al menos habrán cumplido con su deber de intentarlo. La vida, que siempre te la acaba jugando, exige que disimulemos. Y no lo veo mal. Es lo elegante.