García Martínez – 4 enero 1994
Don José García González, guardia civil de segunda (por profesión) y poeta de ripio convincente (por afición), ha sido sancionado por la superioridad. Delito: escribir unos versos en los que toma a chirigota ciertas actividades, por así decirlo, del anterior director general, don Luis Roldán. Como suele suceder en esta España nuestra –y también, en cierta manera, de los grandes expresos europeos-, al final siempre se la carga el mismo, o sea el guardia segundo. Y si encima es poeta, ¡pa que contarle a usted!
¡Joder, que país! Se lleva que no le pase nada a quien lo hace, pero que las pague todas juntas quien la comenta. Si nada menos que el director general de la benemérita institución ha de salir por piernas, en vista de que no puede explicar un desmesurado engorde de su patrimonio, ¿qué otro consuelo más inocente y legítimo le queda al guardia segundo como no sea componer una poesía? Pues no. Dice la superioridad que los versos de José García González puede dañar el prestigio de la cosa. ¡Toma ya! Y los oscuros tejemanejes de Luis Roldán, ¿qué le producen al cuerpo? Pero, coñe, ¿es que todavía no vamos a poder decir, ni siquiera en versitos, lo que se siente?, ¿es que siempre tendremos que sentir lo que decimos, tal y como ya se quejaba Quevedo?
-¿El de los chistes?
¡No, hombre, no! El de las gafas… Pues sí que estamos buenos.