García Martínez -14 enero 1994
Todo mundo está convencido de que la ONU sirve para poco. Aunque menos de una piedra. La ONU viene a ser como una mendiga. Vive de la limosna. Y el así llamado óbolo llega cuando llega, según sea el humor del señorito. Bien mirado, la ONU es como si estuviera sentada en uno de los escalones de acceso a la iglesia, con la mano extendida, la pobre. Y quien más quien menos –incluso Nanibia- le canta la gallina. España, por ejemplo. Dice: “Oye, ONU, que si no jugamos todos, se rompe la baraja. Ve pensando en traer a otros, que yo me largo de Bosnia, pues ya está bien”. Y la ONU no tiene otra opción que agachar las orejas.
Esto que cuento no es mera elucubración de periodista agilipollado. La última vez que estuve en Nueva York –y la primera, pues hay que decirlo todo-, me cerciore de la poca importancia que tiene la ONU. Estábamos allí unos cuantos rústicos, al pie de la enorme caja de mixtos que es el edificio. Y advertí que en una de las fachadas, la que no mira al agua, faltaban diez o doce plaquetas de mármol (no sé si natural o imitado). Y me dije: “Mala cama tiene el perro´´. Cuando los paños exteriores de una construcción empiezan a estropearse y no los arregla nadie, apaga las luces y vámonos.
Mientras la ONU siga siendo una putita buena que depende del dinero de tantos chulos, los hombres seguirán matándose, tal que ahora, los unos a los otros.