García Martínez -17 enero 1994
Cuentan que aquí, don Conde, invirtió en su día 16.500 millones en la compra de un paquete de acciones de Banesto. Pero, dígame, ¿cómo puede un cristiano, por mucho fijador que lleve en el pelo, ir por ahí con 16.500 millones de pesetas en el bolsillo? Pero ¿qué esto? ¿Es ese el resultado de la pasada por la izquierda que nos iba a dar Felipe González? Un ser humano –compuesto de carne y hueso más memoria, entendimiento y voluntad- no es quien para menear semejante cantidad de pasta. No sólo resulta inmoral, sino antiestético.
Yo no comprendo cómo pueden conciliar el sueño –a lo mejor es que ni lo concilian- personas que guardan tales volúmenes dinerarios en la caja fuerte. Admito que un tío muy trápala, o con mucha suerte, o las dos cosas juntas, consiga embolsarse, no sé, mil millones. Ya es tela, para lo que son las verdaderas necesidades humanas. Pero, coñe, 16.500 millones son palabras mayores. Ahora se le tiene lástima a don Conde porque, con lo que acaba de sucederle a la entidad, los 16.500 se le han quedado en la tercera parte. Quiere decirse que ya sólo dispone para pasar este fin de semana de 5.500 millones de nada. (Me acuerdo yo cuando mi padre me daba a mí un duro, y aún me quedaba para meter algo en la hucha).
Creo que así no vamos a ninguna parte. No me sorprende nada que esté al caer la fin del mundo. Ni un segundo después de que se cumpla el año 2000, ya digo.