García Martínez -20 enero 1994
Gentes perversas e intolerantes –que las hay en todos los partidos- han censurado con acedia mi croniquilla de ayer. Protesta de que instase al paisaje a que pidiera lluvia, habiendo como había tanta nieve. No han querido entenderme. Y han aprovechado la ocasión para expresar un encono que yo achaco a mera envidia.
Pues no tiene razón, ya que no es lo mismo nieve que lluvia. No negaré que la nieve, con sólo apretarla entre las manos, se te convierte en lluvia. Y que una vez caída, puede ejercer como sustituta de chaparrada. De hecho, los agrónomos han hecho saber su satisfacción por la que ahora se muestra blanca sábana sobre los bancales y, más aún, sobre las pinadas. Pero la nieve siempre fue otra cosa. Fenómeno meteorológico de carácter excepcional en estos lugares nuestros. Aparece, ya digo, muy de tarde en tarde. Y es, si me apuran, más noticia que un descarrilamiento.
No se le puede otorgar, por tanto, el carácter de beneficio intermitente que nos mandan los cielos para que la agricultura sea posible. Podemos tener un año agrícola magnifico, sin que haya bajado ni un solo copo de nieve.
La nieve corresponde –no así la lluvia- al ministerio de Comercio y Turismo. Los principales ingresos por nieve son para los restaurantes de los entornos nevados, adonde acuden las familias para tirarse bolas y hacer muñecos. La nieve debería ser declarada de interés turístico.