García Martínez -26 enero 1994
Suele suceder que los camiones no nos dejen ver el parque. De ahí que cuando por fin se ve, la gente diga: “!Joder! ¡Cómo está el parque!”. Se sorprenden. Hace ya tiempo que circulan esos camionancos que llaman hormigoneras. Transportan, sin parar de menearlo, ni más ni menos que hormigón. Hay muchos. Y, sin embargo, ningún escribidor -¿estás en lo que es?- ha reflexionado sobre el particular.
En mis tiempos, el oficial de albañil le decía al primer peón: “Braulio, haz masa”, Braulio miraba al zagal y le ordenaba: “Nene, agencia arena y cemento”. El propio Braulio mezclaba el gris del cemento con el rosaclaro de la arena. Todo lo cual devenía extraño color. Obtenida la mezcla, se le daba forma de cráter, echaban agua en el agujero y, cada cual con su rastrillo, dale que te pego. En un momento dado venía el oficial para los vistos buenos: “Echa una miaja más de agua” o “A eso le falta cemento”. Y así hasta alcanzar la calidad de gacheta. Después apareció la hormigonera de a pie de obra. Pero no duró mucho, porque la hormigonera-camión acabó en seguida con ella.
Ahora ya no da gusto ver trabajar a los albañiles. Se han tecnificado en demasía. No tardarán en construir edificios con el ordenador compatible. Las hormigoneras actuales mandan la masa a la obra a través de una manguera. Lo mismo hacen en Nueva York para servirle la tónica. Albañiles y camareros, los de antiguamente.