García Martínez – 28 enero 1994
En jornada de huelga general, donde se lo pasa bien el personal –piquetes, militancia con recibos atrasados, menestrales y curiosos- es en los grandes almacenes. Vas y te encuentras allí una magnifica puesta en escena –como aquellas de los Festivales de España-, que se repite con gran éxito en cada convocatoria. Los policías, con todos sus arreos a cuestas –como si se fueran a Bosnia-, preparados por si un caso. Y el pueblo, cerca o lejos, según corresponda. En primera línea, los más combativos: en segundo término el staff sindical que pretenden negociar con el gerente; dentro, el propio gerente, que accede a negociar (en el sentido de hacer negocio) con quien haga falta, aunque sea el mismo Diablo. Y ya, de ahí para atrás, el coro, o sea nosotros: chacas, niños de teta, militares sin grado, viejos y vendedores de clínex. Total: un espectáculo con mucha movida que le produce rentable publicidad, por gratuita, al establecimiento.
Algunos querían aprovechar la ocasión para comprar una olla, o un juego de cama, o un pollo muerto (curiosamente, suelen venderlos muertos). Pero no se atreven. Sobre todo llevando como llevan puesta la pegatina del sindicato. Otros queman, de manera ostentórea, la tarjeta de crédito, a sabiendas de que al día siguiente volverán a suscribirla.
Vivir es complicado. Y los grandes almacenes son la leche. Ni una huelga general puede pasar sin ellos.