García Martínez – 08 octubre 2002
Estas reflexiones no tienen que ver de manera directa con el tremendo accidente de Almansa que ha costado la vida a siete personas.
Pero sí que afectan a los camiones en general. Me parece, a la vista de lo que suele suceder, que la autoridad (la legislativa y la ejecutiva) no ha caído del todo en la cuenta de que los camiones de ahora tienen poco que ver con los de antes. Hay dos características nuevas: son muy grandes y corren mucho.
Ambas cosas responden a exigencias económicas que uno comprende. El camión mastodonte permite llevar más carga en el mismo viaje, con lo que se abarata el porte. Y la velocidad de la que disfrutan contribuye también a una mayor rentabilidad del negocio.
Ya, ya sé que las nuevas vías hacen que estos vehículos circulen con soltura. Aunque no es menos verdad que también podemos verlos por carriles en los que ni siquiera caben. O por el centro de las ciudades, entorpeciendo el normal tráfico.
Camiones más grandes y más veloces requieren, me imagino yo, normas nuevas o cumplir a rajatabla las viejas, si estas son suficientes. Lo que no tiene sentido es que la mayoría de los camiones corra más que los turismos. Y no digo los turismos que marchan a setenta u ochenta. Hablo de los que van a cien y a ciento veinte. No hay más que asomarse a la carretera y ver que los camiones, tocante a velocidad, funcionan en pie de igualdad con los coches. Y cambian de carril con la misma agilidad.
A mí me parece que esto va contra Natura. Algunos adelantan al lucero del alba, entendiendo por tales luceros otros camiones que se mueven a una velocidad parecida. De donde se deriva que el adelantamiento dura una eternidad. Sí que es cierto, en cambio, que los camioneros son más rigurosos con las señales luminosas, ahora que se ha puesto de funesta moda entre los conductores de turismos no usarlas.
Con todo esto que comento no generalizo. Quien quiera y pueda, que se salve. Pero el dato objetivo de que un camión es hoy lo mismo de rápido que un coche, sólo que diez veces más grande, ese no hay quien lo mueva.
He demostrado en diversas ocasiones ser un pésimo conductor. Pero eso no quita para que, viendo esos camiones, se me quiten las ganas de conducir.