García Martínez –17 octubre 2002
Los conserveros murcianos pretenden resucitar la FICA, que quiere decir Feria Internacional de la Conserva y Alimentación. Lo primero que conviene decir –aunque sea ya en vano– es que el certamen no debió desaparecer nunca. En aquellos tiempos del cuplé –o, por lo menos, de renacimiento del cuplé a través de la Sara– Murcia pudo presumir de una Feria que, sin embargo, no nos perdonaban las grandes capitales. Hasta que nos la hurtó Madrid, como suele suceder.
Pero no fue sólo que nos la robaron (anoche cuando dormía), sino que nosotros –los de aquí– nos dejamos. Por eso es justo y necesario que, siquiera como penitencia, nos dispongamos a ponerla de nuevo en pie.
No es fácil montar y sacar adelante un suceso de esta naturaleza. Pues no se encuentra todos los días un Miguel López Guzmán (padre) que le ponga al asunto alma, corazón y vida. Esto del alma, el corazón y la vida lo digo literalmente. Otro que le puso empeño e inteligencia al proyecto fue Manuel Fernández-Delgado Maroto.
Miguel no hablaba de la Feria según la iba en ella, sino según le convenía al Certamen y de retruque a Murcia. Antes de ser FICA, fue sólo conservera. Nació modestamente, como quien no quiere la cosa, en el paseo de Alfonso El Sabio. Acababa en la Redonda cuando todavía no era la Redonda. Después pasó al solar a cuya vera se yergue ahora el Auditorio. Todavía se conserva un pabellón.
Los medios de que hoy se dispone no son en absoluto comparables a los de entonces. Pero, para montar una FICA como Dios manda, hacen falta más que medios. Alguien que tenga, amén de capacidades, mucha ilusión. Celebrar una feria es como construir un pueblo, gobernarlo durante unos cuantos días y se acabó la película. Como una falla: cuesta mucho y queda estupenda, pero al final se quema.
Más algo queda: el negocio que resulte de los contactos feriales. Los conocimientos comerciales que se lleven a cabo. Y la oportunidad de que más gente venga a ver Murcia.
Una FICA bien llevada sólo beneficios trae. Pero es mucha la gente que tiene que arrimar el hombro. Y son muchas las zancadillas que conviene salvar. De fuera y también de dentro. No es que sea pesimista, sino que me he hecho mayor.